lunes, 20 de enero de 2014

26. El relieve romano.

Es en los relieves donde el romano irá alcanzando una transcendencia y una personalidad definitiva en la escultura. Al término de la República se generaliza un tipo de relieve de origen helenístico en el que se recurre a efectos pictóricos como la perspectiva y otros efectos de profundidad. La obra capital de esto, será el Ara Pacis Augusta, (detalle del relieve de ésta en la foto). El ara era una pequeña construcción, generalmente abierta por el techo, para encerrar un altar, y que se colocaba en el exterior del templo. Esta pequeña construcción rectangular permitía abundante decoración en sus pareces. En este ara en concreto, se representa la procesión de la familia imperial para hacer una ofrenda por la paz creada por el emperador y éstas figuras son de carácter más realista que las griegas.
De gran singularidad resulta, sin duda, la integración de relieves en una columna. La columna, como símbolo de soporte y esencia de la arquitectura, había transcendido al símbolo de estado y del orden que imponían sus instituciones, y de hecho, se venía utilizando como monumento aislado. Sin embargo, no es hasta Trajano que se utiliza como soporte para una narrativa. En ella, se desenvuelve a lo largo de una cinta formando una hélice, toda una serie de relieves que relatan las batallas del emperador contra los dacios. Aparte de la originalidad, la columna resulta una obra de gran importancia por dos razones:

1. Por el tratamiento plástico, en la que los golpes del cincel tienen un inusitado matiz impresionista, así como se van alejando del idealismo helénico para estar más cerca de una corriente realista y popular.

2. El planteamiento de la cinta de la que hablábamos que rodea en forma de hélice la columna, es el mismo que el de un guión de cine, las secuencias crean un sentido temporal no esperado en una representación espacial, pero el alcance narrativo es extenso.

Otra de las aportaciones de Roma a la escultura se realiza a través de los relieves de los sarcófagos. Hasta el siglo I, la costumbre era de incinerar a los muertos, pero cuando triunfó el estoicismo, lleva a preferir la inhumación, con lo que se hace necesario labrar sarcófagos. Esta superficie rectangular resulta extremadamente apropiada para las composiciones plásticas, y aunque en un principio suele colocarse en un medallón el retrato del difunto, denotando una clara herencia etrusca, pronto se tiende a la composición continua con temas míticos relacionados con la ultratumba.

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