El surgimiento de la civilización islámica tiene su origen en el impulso de la nueva religión predicada por Mahoma. Mahoma galvaniza algunas vivencias extendidas entre los pueblos del desierto (reconocimiento de la ciudad santa, hábito de emprender peregrinaciones, culto a los dioses locales, papel dirigente de una tribu concreta, etc.) y comienza en la Meca la predicación de una fe que reúne verdades de estirpe cristiana, judía y zoroástrica junto a ancestrales prácticas de las tribus árabes. Como es conocido, el rechazo en su propia ciudad, le obliga a protagonizar la huida hacia Medina, acontecimiento que servirá como punto de partida para la cronología musulmana. A la muerte del profeta, el estado teocrático fundado por él, se extendió rápidamente por toda Arabia, Siria, Persia y Egipto. En su extensión, los musulmanes adoptan y nacionalizan las formas vigentes en las tierras conquistadas rebosantes de reliquias de arte romano, bizantino, persa, visigodo, etc.
Las disensiones entre las distintas facciones visigodas facilitarían la penetración incluso más allá de la barrera pirenaica hasta que las tropas de Carlos Martel les frenaran en Poitiers. En la primera mitad del siglo VIII se estabilizaron las fronteras del mundo musulmán clásico, donde se asentará su civilización y por tanto, también su arte.
Bajo ambas dinastías, Omeyas y Abbasidas, la cultura islámica queda definida en sus principales aspectos religiosos y artísticos. La evolución política posterior, especialmente la preponderancia que tomaron las disnastías turcas, tendrá profunda incidencia en el ámbito cultural islámico.
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