La basílica de Santa Sofía es la obra más importante y madura de la arquitectura justiniánea. Santa Sofía es la cumbre de un estilo que recoge la herencia arquitectónica y decorativa del arte helenístico y romano y por otra parte el arte paleocristiano y de Asia Menor con su uso y dominio de los espacios abovedados. La expansión mediterránea del imperio de Justiniano posibilitó la presencia en Rávena de varias iglesias bizantinas de gran belleza (como la que se puede apreciar en la anterior entrada), también de planta octogonal y que influirá en la arquitectura del occidente europeo del medievo. Otras iglesias pertenecientes a este estilo han sido destruidas en el curso de los siglos. Entre ellas baste recordar la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla, con cinco grandes cúpulas y que influyó en San Marcos de Venecia.
La escultura.
Las primeras muestras de escultura bizantina son relieves de sarcófagos y pequeños relieves hechos sobre ricos materiales, destacando entre ellos, los trabajados en marfil.
La pintura.
Su importancia es superior a la adquirida por las restantes artes figurativas. Llamado estilo imperial en todos los géneros artísticos. Con un pensamiento teológico y en función del ritual litúrgico.
El icono.
Es un cuadro religioso sobre tabla, con una específica función en el arte bizantino. Representan a los santos mártires; luego prevalecerán las representaciones de Cristo y de la Virgen María. Los rostros ofrecen una marcada rigidez y frontalidad características con las que se pretende resaltar su espiritualidad. La decoración mural de las iglesias se ajusta a un esquema teológico que sitúa las figuras en uno u otro lugar según su mayor o menor excelsitud.
El mosaico.
El arte bizantino en su deseo de riqueza recubre los muros y bóvedas de mosaicos de gran riqueza cromática y de exquisita finura. Las figuras suelen representarse con un carácter rígido e inmaterial y con una disposición simétrica; la gran luminosidad es un intento de reflejo de lo sobrenatural.
La pintura de libros.
Se practicaba desde la época paleocristiana y acompaña al texto de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento con ilustraciones en ciclo que a veces plasman paso a paso los hechos narrados.
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