Al finalizar el período arcaico, la escultura llega a su máxima perfección y serenidad, el ideal de equilibrio griego encuentra en ella un lenguaje, un medio de expresión. Agotadas todas las posibilidades en la representación de la belleza ideal, los escultores otorgan mayor atención a la expresión de los sentimientos en los rostros. La serie de maestros es larga, no podemos más que comentar brevemente las figuras cimeras: Mirón, Fidias, Polícleto, Scopas, Praxíteles y Lisipo.
El broncista Mirón, consigue en el Discóbolo(recogido en la imagen) la captación del movimiento en el momento máximo desequilibrio del cuerpo; es un instante fugaz, en el que el atleta se dispone a iniciar el giro para soltar el disco, con el cuerpo contraído y apoyado en el pie derecho. La postura era entonces de una enorme audacia y su contemplación desvió la atención del arcaísmo del cabello y la expresión, o de los músculos planos y de la colocación sin profundidad de brazos y piernas.
Fidias es considerado como el paradigma del clasicismo, no obstante la crítica haya atribuido una parte importante de su extensa obra a su taller y a sus discípulos. La serie de esculturas dedicadas a Atenea, el Zeus de Olimpia y los relieves del Partenón constituyen el legado de este gran maestro. La belleza serena de los rostros, la flexibilidad y transparencia de las vestimentas, la combinación de equilibrio y vida.
Polícleto, es un teórico de la anatomía humana que no se satisface con recoger en textos literarios sus cánones, sino que los escupe en su Doríforo, joven lancero en el que el artista otorga diferente función a cada pierna, analiza cada pliegue muscular y consigue el efecto de profundidad con las posiciones de piernas y brazos. Su serie de campeones olímpicos se ha perdido, pero las escasas muestras de arte de Polícleto representan otro de los ideales griegos: la fuerza unida al equilibrio y la belleza.
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