Uno de los más sorprendentes descubrimientos de las excavaciones fue el de los frescos que cubren casi totalmente algunas tumbas del Valle de los Reyes. El conjunto de los frescos de la necrópolis tebana cubre uno de los capítulos más bellos del arte egipcio. En todo momento está presente el recuerdo de las ilustraciones del Libro de los Muertos: contornos nítidos, colores intensos y contrastados, lienzos de escritura jeroglífica. El amor a la naturaleza es constante: hojas, espigas, pájaros, peces, crean una atmósfera de oasis. Igual que el relieve, la posición de las figuras se define por el frontalismo convencional, en el que se combinan las perspectivas del frente y el perfil; torso de frente, piernas, pies y rostro de perfil, ojos alargados como si se contemplaran de perfil pero de contorno cerrado como si se viesen desde el frente. Se rehuye cualquier efecto de profundidad, las figuras se yuxtaponen en un plano o se superponen en varios niveles en vertical. A diferencia de la escultura, la pintura capta el movimiento, es un arte para la vida.
En los temas, se trasluce una alegría que implica la contraimagen de una civilización de tumbas. Escenas de caza o pesca, de fiestas con músicos y bailarinas, los trabajos agrícolas en las diferentes estaciones, opulentos ritos cortesanos, todo el bullicio de una sociedad que disfruta, se pintan en un recinto funeral, con un deseo tácito de que el difunto goce en la otra vida de todos los placeres y bellezas.
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